El hermano Juan Sicha Cisneros durante una entrevista en el año 2012. El divino Maestro quiso irse a su casa luego de una discusión con Antonio Córdova Quezada, pero aquello no se concretó. (Foto: captura de pantalla de YouTube)

Entrevista al hermano Juan Sicha Cisneros

Lima, 24 de julio del 2012

Por la hermana Judith Pineda (Colombia)

Bendito y alabado sea nuestro divino Padre Creador. Estamos hoy julio 24 del año 2012. Nos encontramos en el Manuel Gómez, en el comedor vegetariano de los hermanos. Estamos con el hermano Juan Sicha. El hermano conoció al divino Maestro, el divino Enviado Luis Antonio Soto Romero, el escritor de los divinos Rollos Sagrados del Cordero, que en esta era es el divino Maestro Alfa y Omega.

—Judith Pineda: Hermano, queríamos preguntarle primero, ¿usted como conoció al divino Maestro?

Juan Sicha: Yo lo conocí en el año de 1975 en el mes de julio, a mediados de julio más o menos. De esto me enteré cuando en el trabajo un compañero nos comunica diciéndonos que en Lince había un hermano que hablaba con Dios y que explicaba todas las cosas y anunciaba muchas cosas. No nos dio más detalles. Entonces, a partir de ahí me interesé y a la semana siguiente —a la dirección que el hermano nos había dado Francisco Lazo 1939-J—, después del trabajo llegué. Eran las 6:00 de la tarde, en una quinta, al fondo, toqué la puerta y una hermana en el segundo piso, por la ventana, me dice: ¿Sí?, ¿qué desea? —Vengo por los rollos—. Un momentito. Me abrió la puerta: Pase, suba me dijo el segundo piso… Y llegando ahí los vi, al hermano Antonio… Habían otros hermanos, el hermano que trabajaba conmigo, Ernesto Facho —que él nos había comunicado—, estaba ahí. Al lado estaba el hermano Luis. El hermano vestía una gorrita —porque hacía frio—, chompa, y era de raza blanca. Me presenté, pero en ese instante, cuando yo lo vi al hermano… Bueno, ese segundo piso era comedor. Era comedor, estaba ahí la mesa, la silla donde estaba sentado Él, con mirada hacia la escalera por donde yo llegaba. Y como nos movía el hecho de que Él hablaba con Dios, entonces yo me imaginaba de que Él leía la mente. Y como tal, cuando estuve frente a Él, sentí que me estaba leyendo la mente, cerquita. Y me sentí como un desnudo frente a ello porque supe que Él sabía mi pasado y mi presente. Me presenté, le di la mano, le dije que venía por los rollos. ¡Ah! Eso —me dijo Él— eso es con previa cita—. O sea, para mostrarme los rollos era con previa cita. Porque yo llegaba intempestivamente, no le había llamado por teléfono, no le había advertido que iba a llegar. Entonces, me senté frente a Él. Entonces, Él empezó a explicarme. Yo le hacía preguntas… y muchas preguntas, y todas las respondía con una precisión que iba en relación a las Sagradas Escrituras. Eso me alegraba bastante porque había una lógica, una verdad que nadie, nadie, nadie me había explicado en su momento, ni en ningún libro. Entonces, esa tarde salí contento, salí contento de esa entrevista. Le dije: Mientras Él estaba ahí yo le buscaría siempre. —Ya, está bien hermano—. Entonces, a partir de ahí, al día siguiente siempre he sido constante en visitarlo para saber su conocimiento, su escritura. Al día siguiente también llegué a la misma hora porque me había prometido mostrarme los rollos. Entonces, ya no subí al segundo piso sino me quedé en el primer piso. Entonces, la hermana me comunicó que —como el Maestro está en el tercer piso—, le comunicó que yo había llegado, y al rato el hermano Antonio Córdova…

—Hermano, un momentito hermano.

Juan Sicha: Entonces, al rato el hermano Antonio baja con un cargamento de rollos en el hombro. Como yo estaba al pie de la escalera, en eso pasó por mi lado… Yo sentía como una vibración, como que me daba para expresarme en voz alta. Porque justo cuando llegó quise tocar los rollos, quise tocarlos, y los puso al suelo, pero primero tendió un manto y sobre ese manto puso los rollos y al ratito el hermano Alfa y Omega bajó. Lo saludé, se sentó y empezó a explicarme de los rollos: Esto lo dicta el Padre. Entonces, toda explicación que Él daba iba siempre en relación con las Sagradas Escrituras —Dice el Padre. Porque se escribió. Está escrito—. Así explicaba Él. Entonces, esa noche también salí contento. Entonces, de ahí constantemente he acudido a Lince donde estaba alojado Alfa y Omega.

—Perdón, perdón un momentito que nos toca borrar…

Juan Sicha: Entonces, el Maestro, Alfa y Omega… De Él estaba escrito que llegaría al mundo porque Él mismo había anunciado que volvería para juzgar a vivos y a muertos. Para reconocerlo a Él era necesario saberse las Sagradas Escrituras. Las Sagradas Escrituras yo leí muy poco, pero me entusiasmaba, pero no entendía, no entendía mucho. Entonces dije: Antes de seguir con el estudio de las Sagradas Escrituras voy a tratar de culturizarme. Empecé a buscar otros libros, otros conocimientos.

Juan Sicha: Les decía, que para entender las Sagradas Escrituras había que tener cierta cultura, ciertos conocimientos, y por supuesto, las Sagradas Escrituras es lo más importante. Cuando yo era niño, todavía no había las Sagradas Escrituras en casa. Yo soy de Ayacucho, de la provincia de Huanta, de un distrito… del campo. Mis padres no tenían las Sagradas Escrituras, pero un día un hermano, un hermano de mi Padre, llegó con unos evangelistas a la casa, entonces, a partir de ahí tuvimos las Sagradas Escrituras. Mi padre leía los domingos porque tenía tiempo los domingos. Entonces, como yo también ya sabía leer y escribir, agarraba la Biblia y leía algo de pasajes de Jesús, de Cristo, algo aprendía de pequeño. Y como les decía, empecé a buscar otros libros. Empecé a buscar la filosofía marxista, acerca del comunismo, novelas interesantes, y así. Es ahí cuando les cuento que, el hermano compañero de trabajo, comunica que un hermano de Lince habla con Dios. Entonces, me interesé bastante por los Rollos del Cordero, por el hermano explicaba todas las cosas. Entonces, con Él, conversamos, hemos conversado bastante, asistía a sus charlas, a sus conferencias, a sus reuniones donde siempre hablaba 1 hora, 2 horas, 3 horas, 4 horas. No tenía límites, no tenía fin el conocimiento de Él. Él siempre nos decía: Lean, estudien, traten de comprender al Padre por el conocimiento. Siempre nos hacía ver nuestros defectos, nuestros errores, nos llamaba la atención, les llamaba la atención a los hermanos donde Él estaba alojado, a los hermanos Córdova. Y muchos de estos defectos, de esos errores, Él lo escribía en su cuaderno que se titulaba: LO QUE VENDRÁ, o lo que es el Juicio Intelectual de Dios para esta generación. Todo lo que Él veía lo escribía. Eso es lo que nosotros conocemos como las Leyes, que son 10 mil, ya tenemos 3700 [Nota: solo son 3600]. Entonces, allí está el Juicio Intelectual, el Padre Eterno nos juzga primero por lo intelectual, nos hace ver nuestras fallas, nuestros pecados, etc. Y Él nos decía: La única puerta que le queda al hombre es el arrepentimiento. El arrepentimiento no significa golpearse el pecho, el arrepentimiento es reconocer el error cometido y no volver a cometerlo. Entonces para eso había que leer, estudiar, aprender más, saber más. Entonces, yo constantemente acudía a la casa del hermano Antonio y a Él lo encontraba siempre ahí. Entonces, a los hermanos que estábamos ahí, que nos interesaba el conocimiento —en las tardecitas siempre, después del trabajo— el hermano Antonio ya había sacado copias a máquina de los rollos [se refiere a fotocopias de transcripciones] y de LO QUE VENDRA —de las Leyes—, y nos facilitaba para que nosotros pudiéramos leer. Entonces, cada tarde íbamos y leíamos, y nos pasábamos una hora, una hora y media, hasta dos horas, y nos íbamos a casa. Ya llegó un momento en que en el trabajo —como éramos varios a los que nos interesaba—, acordamos copiar los temas con lapicero, lápiz, y un hermano allá lo pasaba a máquina, y como éramos varios sacaba cinco, seis copias. Entonces, en las tardes nos dedicábamos a estudia, copiar. Entonces, eso hacíamos, de esa manera teníamos algunas copias ya para poderlas leer, estudiar en casa, analizarlo mejor. Aunque las Leyes son clarísimas, no necesitan de interpretación, pero una sola leída no queda en la mente, siempre había que estar repasando, revisando constantemente.

—¿Cuántas Leyes lograron pasar hermano?

Juan Sicha: La experiencia cuenta… Los hermanos que estudiábamos éramos como tres, y uno de los hermanos, que era el jefe del departamento de mi trabajo, él se encargaba de escribirlo porque tenía tiempo en las mañanas, allá en el trabajo mismo. Habíamos llegado al número 300, 300 Leyes. Entonces, una tarde, llegando a Lince, me voy con las copias y le muestro al hermano Luis: Hermano, hemos llegado ya… ya tenemos 300 Leyes. Él los vio, vio que estaba escrito en minúscula —las Leyes, también se llaman Títulos, pero son Leyes, Títulos-Leyes— porque en el cuaderno están escritos con mayúsculas y el hermano lo tipeó con minúscula. El Hermano me dice: ¿Quién lo escribió?… ¡Ah!, el hermano Mario —Mario se llamaba el hermano—. Dígale al hermano Mario: Los títulos se escriben con mayúsculas, porque si no lo corrige, él va a tener acusación de las letras, de las letras en el Día del Juicio. Entonces, al día siguiente en mi trabajo, apenas lo vi le comuniqué: Hermano Mario, dice el hermano Luis que tiene que copiarlo de nuevo, porque LO QUE VENDRÁ, los títulos, se escriben con mayúsculas, porque sino usted va a tener problemas con las letras en el Día del Juicio. Y él, tomándome del brazo —palmoteándome el brazo—, me dice: Hermano Juan, no te preocupes —me dijo—. Bueno, yo le comunico esto porque así me dijo, que le comunicara a usted. Hasta ese día el entusiasmo del hermano Mario terminó. Fue esa prueba de corregir, de minúsculas a mayúsculas, se le acabó el deseo, el entusiasmo, la perseverancia o de querer aprender más, saber más. Porque él lo había reconocido al Maestro. Entonces, ya nosotros, por nuestra propia cuenta (ininteligible) hacíamos las cosas, avanzábamos, pero él ahí quedó, no volvió más, así como el Maestro nos decía: Todo espíritu es probado en la vida, todos somos probados en todas las formas imaginables. Entonces, el no corregirse, el no rectificarse, eso es caída, no se avanza. Si es el mismo Creador, el mismo Padre, el que lo va corrigiendo a uno. Entonces, él no lo hizo, y se quedó hasta la fecha. El hermano Luis, en sus discursos siempre decía —dice el Padre—. Nunca decía —digo yo—. —Dice el Padre—. Siempre explicaba las cosas con relación a las Sagradas Escrituras porque escrito estaba. Entonces, anunciaba el Juico Final, anunciaba el gobierno de las mujeres, que se va a dar en el mundo entero —decía—, que se va a conocer como la Era del Matriarcado. Anunciaba el gobierno de los niños, de los niños genios. Y en otras oportunidades nos decía: Esos niños, esos niños son de sabidurías universales, un genio de este planeta pasa a ser, frente a ese niño, un perfecto idiota. Así decía Él. De ahí uno se proyecta, se proyecta hacia ese futuro de lo que viene, de la capacidad de un niño, y ellos van a gobernar la Tierra finalmente y hasta el fin de los siglos —dice—. Hablaba del Juicio Final, explicaba cómo va a ser el juicio, dónde va a ser el juicio, por qué se dio inicio al juicio. Explicaba el origen y la causa de todas las cosas, el origen del mundo, el origen de las plantas, el origen de la materia, el origen de los elementos, el origen de las moléculas, el origen de la luna, el sol, el universo. Explicaba como es el Padre, en donde está el Padre, como Él se muestra a sus criaturas, como se revela a los mundos. Explicaba que no solamente el planeta Tierra estaba recibiendo su revelación, y decía: Infinitos planetas tierras están recibiendo en esos instantes las revelaciones del Padre, del Creador, y en esos infinitos mundos está el Primogénito Solar Cristo. ¿Cómo se multiplica Él para estar en infinitos mundos? Todo eso explicaba Él. Entonces, el Hijo de Dios se va a manifestar en este mundo en el Día del Juicio, y decía: A Él lo vamos a ver en los espacios de este planeta levitando y brillando como un sol, cuando acontezca esto se dará inicio al tiempo de Dios Padre y habrá terminado el tiempo de los hombres. Entonces, el juicio será para que toda criatura rinda cuenta de lo que hizo en su existencia, de sus obras, de sus hechos, y decía: Los únicos que no tienen juicio son los niños, la inocencia hasta los 12 años de edad. Entonces, los niños entran al Reino de los Cielos, a los adultos nos espera el juicio, el juicio es la última palabra —decía Él— es la última palabra en el que dice quién es salvo y quien no. Entonces, el Juicio Final es la evaluación a la obra de los hombres, y decía: Los que más alegres, contentos van a estar, son los pobres del mundo, los que sufrieron, los que padecieron hambres, miserias, persecuciones, injusticias, ellos estarán contentos, alegres. Los que más van a llorar —decía— son tres, tres psicologías negativas: El mundo de los ricos, las religiones y el militarismo. Entonces, Él hacía relación a las Sagradas Escrituras. Éstos, en las Sagradas Escrituras, en el Apocalipsis, están escritos como la Gran Bestia de siete cabezas y diez cuernos, la Gran Ramera, y el Monstruo de los Mil Ojos o legiones de Satanás. Entonces, Él explicaba con más detalles: La Gran Bestia —decía Él—, es el capitalismo, que lo encabeza Estados Unidos de Norteamérica, esa es la Gran Bestia, y decía: Bestias son aquellas personas mayormente influenciadas por el oro, cuanto más oro, más riqueza tiene, más quiere, y por querer tener más incluso ellos matan. Eso es el capitalismo, la Gran Bestia. Entonces, con el Juicio Final la bestia cae, con el Juicio Final la bestia desaparece. Al desaparecer la bestia en este planeta el mundo entra a una etapa de paz y tranquilidad, viene una alegría inaudita en que sus criaturas o los habitantes del planeta— no tendrán más a ese monstruo que los humillaba, que los oprimía, que los hambreaba. Esa es la Gran Bestia que va a desaparecer, a ellos les espera el fuego solar. Igualmente, a las llamadas religiones, especialmente a la Iglesia Católica Apostólica Romana cuyo representante, el papa, en el Apocalipsis se llama como: La Gran Ramera. Decía: Una mujer sentada sobre muchas aguas, que viste de purpura y escarlata, que toma vino en una copa de oro, esta mujer es el papa, las muchas aguas es el mundo católico, y la copa de vino que toma es cuando ellos hacen el ritual de la misa —toman su vino—. Ahora, el Padre Eterno —dice— por qué le llama ramera: Porque ellos cayeron en el comercio de las Leyes de Dios. Para casar cobra, para bautizar cobra, todo lo ve negocio, comercio, ese es el significado de la Gran Ramera. Entonces, explicaba: En el futuro no va a haber templos, iglesias. Acá, al Eterno se le va a adorar con el trabajo y el estudio, porque el trabajo es la ley más antigua dada al hombre: Te ganarás el pan con el sudor de tu frente. Así hablaba Él, así explicaba. Entonces, estar al lado de un ser que viene del Reino de los Cielos, viene del Padre, es una… —que palabra se podría emplear— es lo supremo. Estar al lado de Él es aprender constantemente, y siempre nos decía: Hagan preguntas. Entonces, al principio las preguntas llovían, porque vienen un montón de preguntas, pero cuando se nos acababan las preguntas, ya no había, entonces Él encargaba: Hermana, dígales a los hermanos que hagan sus preguntas… Y nosotros tratábamos de esforzarnos: A ver, qué le pregunto, qué preguntas hay, que temas. Así era Él… Él, en su alimentación, era vegetariana, aconsejaba la alimentación vegetariana porque la ley dice: No matarás, porque para comer carne hay que matar y se viola la ley. Así nos…

—Él era vegetariano siempre.

Juan Sicha: Siempre era vegetariano.

—Nunca comió ninguna clase de carne y nada de eso.

Juan Sicha Cisneros: No. Pero en este caso Él pudo haber comido carne, porque es Él. Él tiene potestades.

—Pero ustedes no lo vieron, ¿o sí?

Juan Sicha: No… Porque Él puede matar, y de Él depende la vida, de Él depende la muerte, Él es autoridad sobre la vida y sobre la muerte. Entonces, Él puede matar y resucitarlo al instante, no es problema para Él. En cambio, nosotros no, nosotros podemos matar, pero no podemos resucitar, no podemos devolverle la vida. Esa es la diferencia. Así lo hubiésemos visto comiendo carne, eso es cuestión de Él.

—Pero…

Juan Sicha: Pero Él es vegetariano. Así nos enseñaba (ininteligible) y así es la Doctrina del Cordero.

—Sí, ahí es que… Y que dice…. Nada de derramamiento de sangre ni comer carne. El Padre Eterno no lo prohíbe, sino que nos advierte para que no cometamos ese error.

Juan Sicha: Son leyes. El Padre nos da leyes. Decía: El Padre nos da leyes, y la criatura es la que tiene que someterse a la ley, libre albedrío tiene la criatura. Decía: O crees o no crees, o lo haces o no lo haces, pero de lo que hagas o no hagas se rinde cuenta, no se escapa. Así decía. Entonces, si el Padre le da leyes a la criatura —decía— era para que la criatura avance, se perfecciones más, y si no lo hace entonces allí hay rebeldía, entonces la criatura se desvía, se va por otros caminos (ininteligible), las consecuencias están a la vista. Eso es lo que pasó con la humanidad, la humanidad se fue por otros caminos, se fue por las religiones, los templos, papas, pastores, seres humanos, decidió el hombre seguir a seres humanos y no seguir a Dios. Entonces, era la prueba del hombre —decía Él—. Entonces, se dice prueba porque estamos en un planeta de pruebas: Eso dice la Biblia —decía Él— está escrito en la Biblia: Todo espíritu es probado en la vida, todos somos probados. Entonces, las Sagradas Escrituras —dice— se nos dio para estudiarlas, porque eso le prometimos al Eterno antes de venir a la vida, le prometimos a Dios por sobre todas las cosas. Él estaba primero por sobre todas las cosas. Entonces, el Hijo de Dios dio infinidad de charlas mayormente los días domingos, los días domingos había más gente, en las tardecitas, y Él expandía los rollos y les explicaba, explicaba a mucha gente. Habían algunos que venían, por ejemplo, con sueños. Uno, por ejemplo, le contaba su sueño: Hermano, hace algunas noches me soñé con Jesucristo, a Él lo encontré en un rinconcito, sentado, estaba con sus sandalias —le contó—. Y Él le responde: ¡Ah!, es que ese sueño es un sueño profético. Y el hombre —el hermano— ni por aquí [señala su frente]. No se dio cuenta. Entonces, justo Él estaba con sus sandalias, por supuesto, no estaba con la vestimenta de hace dos mil años, sino estaba con la de Él que tiene, pero sí estaba con sus sandalias. Y en la casa del hermano Antonio estaba en un rinconcito, ahí sentadito, y ahí lo encontró a Él. Ese era el sueño profético. No la captó, no la captó, no la captó… Entonces, son experiencia. Otros venían y polemizaban, entonces decía: Cristo pertenecía a los hermanos de la… No me acuerdo cual es… había una organización de hermanos en la época de Cristo…

—¿De los vedas?

Juan Sicha: No, no. En Israel… Se me fue, no me acuerdo [parece referirse a los esenios]. Entonces, esos hermanos ponían en práctica el conocimiento, estaban buscando apartados del materialismo. Entonces, el Maestro decía que no perteneció a esa entidad, a ese grupo, a esa organización. Y el hermano decía que sí perteneció. Que no perteneció. Que sí perteneció. Así.

—El divino hermano Luis decía que no perteneció.

Juan Sicha: No, o sea… Porque el otro decía que Cristo había recibido enseñanzas ahí, en ese grupo. Y Él decía no. Y el otro decía sí. O sea, era un tira y afloja. ¡Claro!, porque decía Él: Cristo no tenía nada que aprender de los hombres, Cristo vino a enseñar a los hombres —entonces le aclaraba—. Pero el otro decía que sí pertenecía. Y así, esas experiencias… Y de todo eso se aprende…

—No se pudo escapar hermano [risas]. Ya hermano, puede seguir

Juan Sicha: ¿Cuál era la pregunta?

—Hermano, ¿cuándo usted conoció que Él era el divino Maestro?, ¿que el hermano Luis Soto era el divino Maestro?

Juan Sicha: Esto ya lo supe después de más de tres días. En el trabajo, el hermano que nos había comunicado, que nos había informado, me dice: ¿Sabes quién es el hermano? Yo le respondí: No. Él es Cristo —me dice—. Y en ese instante me sentí como que mi cuerpo, mi alma o mi espíritu, como que flotaba. No dudé un instante de que era Él. ¿Por qué? Porque ya había leído, y de las charlas que Él había dado —como ya había escuchado—, entonces, la relación fue… como que Él mismo decía: Que la verdad llegaría por sorpresa, como la sorpresa que causa un ladrón de noche. Entonces, esa mañana, estaba que me hacía preguntas en la cabeza: Cuando en la tarde vaya donde Él ¿qué le diré?, ¿qué le preguntaré?, ¿me arrodillaré? ¡Bueno!, todo eso en mi cabeza. Y en la tarde, llegando, no hice nada de esos gestos.

[Risas]

Juan Sicha: Lo saludé, pero ya estaba aquí en mi mente. Y era Él… Entonces, seguí con la investigación de la doctrina, de los rollos que el hermano Antonio nos facilitaba para leer. Así fue. Llegó un día el hermano Antonio, que había sacado copias de algunos rollos, me las facilitó, me las regaló. Me fui contento porque por primera vez tenía los rollos para leer en mi casa [no se refiere a fotocopias de los rollos, sino a fotocopias de las transcripciones a máquina de escribir]. Lo que tenía era de LO QUE VENDRÁ, de las Leyes. Y el maestro decía: Por disciplina se debe empezar por las Leyes, por LO QUE VENDRÁ, porque allí está la parte más importante. Porque en verdad es así, porque uno tiene para corregirse, tiene para educarse, tiene para perfeccionarse, el conocimiento viene después, o sea, entender el porqué de todas las cosas, la materia, el espíritu, etc. Entonces, las Leyes son lo primordial (ininteligible), la mejor parte está allí, en las Leyes del Padre, la mejor parte.

—Hermano, ¿y cómo era el trato de los hermanos Córdova: Antonio y Olinda, hacia el divino Maestro?

Juan Sicha: Cuando los hermanos estábamos ahí era normal. Que yo haya visto maltratos, no lo he visto, pero si me han contado. Entonces, de parte de los Córdova seguramente ha habido maltrato, pero que yo los haya visto, no. O por los hermanos —en este caso, la hermana Carmen Tasso— sí ha vivido ahí, en la casa de los Córdova, ella sí ha visto. Seguramente ella le habrá contado, le habrá narrado muchas cosas. Si no, yo encantado tendría que decir algo.

—Hermano, y cuando el divino Maestro ya falleció —y todos cuentan que el divino Maestro le dio los rollos, le encargó los rollos al hermano Ricardo—, ¿usted nos puede aclarar algo de eso hermano?

Juan Sicha: Sí. El Maestro ya estaba bien delicado, bastante delicado, Él estaba en el primer piso. O sea, del tercer piso, de donde Él estaba en su cuartito, se le bajó al primer piso porque era dificultoso que Él subiese las escaleras, hacia su cuarto, y bajara también para ir al baño. Entonces, Él estaba en el primer piso. Una tarde que llegué (ininteligible) el hermano Ricardo. Y ahí estuvimos presentes el hermano Antonio, su esposa [Olinda], el hermano Ricardo y yo. Yo estaba al pie de la cama. En la cabecera, junto al Maestro, estaban el hermano Ricardo, Antonio y la hermana Olinda. Entonces, el Maestro, dirigiéndose al hermano Ricardo le dice: Dice el Padre que usted se hará cargo de los rollos, ¿quiere que le forme un papel? Y el hermano Ricardo le dice: No es necesario. Eso fue lo que le dijo el Maestro. Entonces, con el tiempo, después el hermano Ricardo vino a recoger los rollos, pero nos había advertido, anunciado, una semana antes. Entonces, en el tiempo que nos dio hicimos un análisis, los hermanos que estábamos (ininteligible). Analizamos el lugar: Chorrillos. Entonces, en ese análisis vimos: Chorrillos está a un extremo de la ciudad, Lince estaba al centro. Era más céntrico para cualquier parte.

Juan Sicha: Otro, que Chorrillos, en la época del verano, hay mucha inmoralidad [parte de Chorrillos tiene litoral con playas veraniegas]. Entonces, todas esas cositas vimos como detalles. Entonces, nosotros en realidad acordamos que los rollos no deben salir de Lima. Y así, cuando vino el hermano para recoger los rollos le comunicamos que los rollos se quedan en Lince. Así fue.

—¿Y él que dijo, respetó?

Juan Sicha: Él… ya no me acuerdo las palabras que él que dijo, pero él insistió: Qué el Padre dice. Que el Padre le dijo a él. —Mire hermano, perdón, hemos decidido que los rollos se quedan aquí—. Eso fue unánime, fue de todos. Y así fue como tal se quedó los rollos. El hermano Ricardo se fue. Y el hermano Ricardo en su casa tiene los Minirollos, los rollos grandes achicados. A partir de ahí el hermano Ricardo no se asomó más donde el hermano Antonio. Nosotros, con el hermano Antonio [Córdova Quesada] hemos trabajado en grupo, que hemos formado ahí. Hemos trabajado con él. Hemos salido a las provincias a dar charlas, conferencias. Así se hizo. ¡Bien!, me gustaría seguir hablando, pero…

—Hermano, una última pregunta. Y el hermano, antes de fallecer —el hermano Ricardo— por A o B usted… No hizo contacto con usted, ni para que —digamos, se despida—, o sea, o para poder encargar los rollos, los Minirollos, no se hizo contacto con usted. Cuando estaba delicado usted no se enteró, ¿no sabía? Por ejemplo, cuando (ininteligible) al hospital, ¿verdad?. ¿Él no podía hablar?

Juan Sicha: No. Ya no podía hablar. Él estaba delicadísimo, estaba sin habla. Pero todo lo que tiene el hermano Ricardo lo tenemos nosotros.

—Claro, los Minirollos

Juan Sicha: Los Minirollos… Está a cargo, de eso está a cargo la hermana Olga. Ella seguramente está administrando los Minirollos. Así es hermana.

—Bien, hermano.

Juan Sicha: Bien, les agradezco por la entrevista. Habrá otras oportunidades para seguir hablando más acerca del Maestro. Gracias.

—Gracias, hermano. ¡Gloria al Padre!